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Si usted es futbolista de más de cincuenta y cinco años, entonces se ha de acordar como eran los uniformes de futbol, allá en nuestra lejana infancia; como nosotros mismos -niños- comprábamos pastillas para pintar o teñir ropa y a darle el color a nuestras playeras de nuestro equipo preferido. Así elaborábamos en molde el distintivo del equipo de primera división Atlético Español, recuerden que su icono era un toro embistiendo, y en el cuerpo del astado las palabras AE. También confeccionamos las legendarias playeras de los Pumas universitarios, que muy orgullosamente presumíamos en los torneos del Seguro Social, en eventos ocasionales que se llevaban a cabo en el ya extinto Campo Wallace. Alguien ideo amarrar con ligas las playeras, para después meterlas al agua hirviendo donde ya estaba dividida la pastilla de color, y entonces resultaban unas estupendas playeras psicodélicas. Ir a la casa de la Juventud –hoy CREA- era toda una proeza, a pesar de ya había transporte publico llamado circunvalación y que al volante iba el famoso chofer Agapito, nuestra economía no nos permitía y la ida y vuelta era a pie.

En la Casa de la Juventud, ya existían equipos formales en la categoría infantil, como el IPI –Instituto de la Protección a la Infancia- lidereados por ese estupendo entrenador como lo fue José Rodríguez Carbajo “Pepe la Marrana”. El cincuenta Batallón, el CAPFCE, el Casa Linares, el Olimpia de San Mateo, y el famoso Necaxa de los hermanos Ramírez Olguín. En el Campo Wallace –ubicado en la zona militar- se realizaban torneos más modestos, allí participamos como el Deportivo San Antonio en compañía de chavos del vecindario como: Benito Torres Vázquez, Martin Valenzo Venancio “el gallo”, Jaime Francisco Nava “el chale”, Agustín Villanueva Valenzo “el pele”, Jesús Luna García “el Chus”, Arturo Lázaro “la zorra” y su hermano Heriberto, y otros jovencitos en aquellos años de los cuales no logro acordarme.

Este equipo infantil de “San Antonio”, mucho concurríamos al Campo Wallace, allí en forma informal, nos llegamos a enfrentar a equipos de colonias tan distantes que también concurrían a ese espacio deportivo: así jugamos contra la Vista Hermosa, la Obrera, la San Juan de reciente formación en esos años, la Colonia del PRI y otras escuadras que de momento escapan a mi memoria. Aquellos tiempos idos, aquellas canchas de futbol, aquellos equipos, tenían un toque, un distintivo natural que ya no veo en los actuales equipos infantiles, de nuestros hijos pequeños y de nuestros nietos. En aquellos años el adulto que entrenaba a un grupo de niños, no cobraba un solo peso, lo hacía como decían nuestros mayores: por amor al arte. Hoy quienes entrenan a pequeños en los espacios públicos, cobran muy caro; y tengo la impresión de que hay un entendimiento entre el entrenador y el papá del niño entrenado; en el sentido de que el infante llegue a jugar profesionalmente, así de fácil.

Hoy día, tengo la impresión que en el
deporte y en todas las actividades de nuestra existencia nos hemos complicado la vida en forma tonta, nuestras dependencias por cosas materiales se han multiplicado haciendo vana nuestra existencia, por eso el vacío espiritual que la mayoría llevamos dentro. Si escucháramos al viejo, nos diría: “dejen las cosas así como están, sencillas”.

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