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(Por Popo Astudillo Méndez)

Advertencia, este escrito es solo un cuento, cualquier semejanza con la realidad de algún conocido es solo mera coincidencia. Comenzamos: conocí a Betito exactamente en el mes de septiembre de 1970, iba yo saliendo de la Escuela Fray Bartolomé de las Casas y me paré en la esquina que forman las calles de Allende y Zaragoza, mirando hacia el mercado Baltazar R. Leyva Mancilla. ¡Ah! Los mercados y tianguis, tienen sus encantos, en esto se parecen a los circos, guardan muchos secretos. Estaba yo absorto en mis pensamientos cuando de repente se para un automóvil de la marca Chevrolet, casi rechinando las llantas; se abre una portezuela y prácticamente avienta a un niño de mi edad, y todavía el adulto que lo empujó alcanzó a darle un reloj despertador. Luego me di cuenta que los ocupantes de esa unidad era la tenebrosa policía judicial; y pensé para mis adentros: “estos señores todavía le dieron su avance a este chamaco”. Así conocí a Betito, en aquel lejano Chilpancingo, en el cual la mayoría de vecinos nos conocíamos. Nuestro personaje imaginario era del barrio de San Mateo y quien esto escribe de San Antonio, por lo tanto la barranca de Apantzingo nos dividía a los parroquianos de ambos asentamientos. Un par de años después de este evento una “bola” de escuintles de la cuadra, íbamos invariablemente a bañarnos a una poza de agua que se hacía por la barranca donde actualmente está la colonia de los puentes, allí estábamos echando clavados, cuando pasó Betito con su carga de leña, y mi amigo el Beno se burló de él, a lo cual nuestro personaje con dificultad bajó su pesada carga, se puso en posición de boxear y retó a quien lo había ofendido, a lo cual mi cuate se “rajó”. Betito, era Betito.

Por cuestiones del destino fui a terminar mi instrucción primaria en la Escuela Lauro Aguirre, en el barrio bravo de San Mateo, allí la banda me informó que a nuestro personaje ya no le deberíamos llamar Betito, sino el “claveles”, y yo pregunté porque, rápidamente un acomedido me dijo, es que está en clave. ¡a caray! Me dije para mis muy adentros, se quemó el cerebro mi cuate al inventar este alias. Y vino la feria de San mateo, la de Navidad y Año Nuevo, y en una corrida de toros nuestro personaje se metió a torear “estimulado”, cuando un bravo animal, lo pesca con el cuerno entre la playera y su delgado cuerpo, y así lo anduvo zarandeando un buen rato, ante el griterío del respetable, saliendo Betito ileso de ese mal momento, a la playera no les pasó tampoco nada, era de la marca chemis lacoste. Ya en nuestra etapa adulta, me encontraba en una reunión de amigos en la calle Zaragoza, cuando llega Betito, conocido de todos los que estábamos allí, traía los ojos rojos, y con un poco de aliento a bebida; luego nos informó que no había dormido, que se había pasado la noche compartiendo de anexo en anexo, y así le amaneció el día, y cuando los más adultos que nosotros volteaban para otro lado, Betito volteaba a verme y se reía a espaldas de nuestros anfitriones, con esa sonrisa maliciosa que sólo él tenía, creo que el horizonte de aquel Chilpancingo, no sería el mismo sin nuestro personaje; mismo que marcó la amistad de varios chamacos en esos años de los setenta y ochenta. Insisto, cualquier semejanza con algún conocido, es pura coincidencia, este escrito es un cuento.

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