CUENTO DE NAVIDAD

CUENTO DE NAVIDAD
(Por Popo Astudillo Méndez)
Juan vivía solo, en su casa que no era hogar. Nunca se casó, y ya casi para arribar a la tercera edad le llegaron las canas y las arrugas antes que los besos.
Vivía en uno de esos pueblos donde aparentemente nunca pasa nada, donde la novedad era la llegada del autobús que una vez al día arribaba a la comunidad. Transcurría la vida de nuestro personaje entre el trabajo y su casa y viceversa. El año no le traía muchas sorpresas, una que otra carta que le escribía su hermana que radicaba en la ciudad y alguna que otra novedad que como rumor se esparcía en el pueblo. Llegó el mes de diciembre y con ello la alegría de la gente, de sus vecinos que siempre lo consideraron un ermitaño que no saludaba a nadie, que no hacia vida social, y que nunca ni por error asistía a la iglesia. Llego el 24 de diciembre, víspera de navidad y Juan despertó de manera muy diferente, los rayos del sol los sintió más cálidos, recordando el sueño que había tenido, en el Dios se le había presentado, diciéndole: “Esta noche estaré en tu casa y cenare contigo”. Nuestro personaje súbitamente creyó totalmente en el mensaje, tomo su cartera y encaminó sus pasos al mercado del pueblo, pero era otro Juan, un ciudadano que en la calle iba saludando a quien se encontrara, deseándoles feliz navidad, sus vecinos se sorprendían y se preguntaban: “y a este que le pico”. Simplemente Juan en el sueño recibió lo que muchos seres necesitan, la esperanza. Ya en el mercado Juan fue magnánimo en la compra de cosas, frutas, verduras y carnes llenaron sus bolsas de mandado, de regreso a casa contrató a un muchacho que le ayudara a cargar, ya en su domicilio este jovencito recibió magnifica propina.
El día les transcurrió a nuestro personaje en la cocina, preparando un estofado; y con la receta de una vecina, preparó un delicioso ponche; arregló y decoró su modesta mesa con motivos navideños; y a cada rato recordaba que esa noche tan especial Dios estaría en su meza. Empezaban a caer las sombras de la noche, y Juan se asomó por la ventana que daba a la calle, en esta totalmente iluminada la gente iba y venía por las compras de última hora; los niños corrían de aquí para allá encendiendo sus luces hechas de pólvora. Ya debidamente cambiado y peinado Juanito se sentó en una silla de su comedor, en este los platos y cubiertos estaban perfectamente dispuestos para dos personas. En esta posición ya le ganaba el sueño a nuestro personaje, justo cuando eran las once de la noche, alguien toco la puerta, Juan presuroso corrió a abrirla, su corazón latía apresuradamente, era un manojo de nervios, camino a la puerta se repetía mentalmente es él, es él, al abrirla se llevó la decepción de su vida, en el quicio estaba parado un anciano de ropaje pobre, de faz cansada y polvorienta, un bastón lo sostenía, al momento que le pedía caridad. Juan ya lo iba a despedir, cuando lo invito a pasar a su mesa. Ambos cenaron opíparamente y disfrutaron de un humeante ponche, al menos no cene solo pensaba nuestro personaje. Después de la cena, Juan despidió al anciano en la puerta, buscándose unas monedas en el bolsillo, el entrego al viejito las de menor valor. Juan se fue a la cama recordando el sueño “bueno fue solo eso un sueño” De repente una luz lo iluminó, salió corriendo como loco a la calle preguntándole a la gente por el anciano, en ese pueblo chico, nadie le dio la razón del viejito. Dios se puede hacer presente en el mundo de diferentes formas, para conocer la gratitud y la indiferencia de los mortales.