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EL SERMÓN DE LA MAÑANA
(Por Popo Astudillo Méndez)

Dichosos aquellos que no tuvieron una madre loca, un padre alcohólico y un hijo reventado. Afortunados esos seres que la vida no les dió hijos, pues nunca supieron de desvelos; preocupaciones y palabrotas. Bien aventurados don Pomo y a Juan Tequila. Pero más afortunados quienes nunca supieron de una “cruda”, en esas noches oscuras, cuando se siente que el diablo te muerde el trasero. Aún más felices a los que la vida los retiró de ocupaciones desagradables y perfectamente inútiles. Bienaventurados los mortales que hicieron un desnudo sabido de que no iba a ser artístico. Dichosos aquellos que después de los cincuenta años, no volvieron a odiar a nadie, ni siquiera a su mejor amigo. Afortunados los esposos a quienes “sancho” les pasó cómo pasa el viento y en consecuencia no se pusieron verdes; pero más afortunados los que siempre supieron de préstamos, rifas y quincenas; y aún más afortunados los que se sacaron la lotería sin haber comprado el “cachito”. Dichosos los que después de gozarla pidieron perdón. Bienaventurados los que después de los sesenta años hicieron su testamento, pero antes fueron el baño a hacer del “dos” y fueron vastos con los suyos. Bienaventurados los que recogieron a un perro de la calle y protegieron a un hombre desvalido, advertidos de que el perro nunca los mordería. Afortunados los seres que pisaron una cárcel; un anexo o una barandilla; pues la vida les dio una segunda oportunidad; pero más afortunados los que nunca pertenecieron a un rebaño; a una cuadra; pues nunca lamieron como bueyes la coyunda y mucho menos suspiraron por la querencia.

Condenados sean por los siglos de los siglos a los que adoraron a la diosa perra de la fama, y corrieron con la lengua de fuera detrás del éxito mentiroso; pero más infelices a quienes la democracia los sedujo como el canto de las sirenas a Ulises. Infelices; grises y aburridos esos mortales que nunca supieron de parrandas, marchas y plantones. Desdichados aquellos en los cuales la voluntad de Dios, se hizo presente en sus mulas; burros y bueyes, pero más desdichados los que en vida nunca supieron de tacos y enchiladas “corridas”. Desgraciados esos que siempre se formaron en las filas de los pendejos. Infelices los borrachos que hicieron de su compañero de parranda su amigo; su compadre; su hermano, y al final lo vinieron haciendo hasta su padre. Desgraciados –sin gracia- a quienes la vida les aplicó la máxima que reza: una orden de aprehensión, no se le niega a nadie.” Desdichados y faltos de visión, esos seres que nunca se dieron cuenta que su compañera tenía el busto de Maribel, el trasero de Galilea y las piernas de Lucerito, ellos no, pero un fijado sí. Infelices esos mortales que le pidieron a Dios sexo; poder y dinero y como toda respuesta salió una mano entre las nubes haciéndoles una seña.
Infelices y desdichados quienes creen que Dios juega a los dados y que a ellos nunca les llega una “pachuquita”.

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