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Creo que mi barrio no sería el mismo, sin esos personajes que de una u otra manera le dieron vida a sus calles. Mismos que figuraron en sus cuentos y leyendas, que caminaron por sus callejones; por sus calles empedradas y caminos polvorientos y lodosos. Ya no anda por ahí Tacho “el ticuro”, con su vestimenta siempre negra, su sombrero aquesillado, sus huaraches de llanta de tapa gruesa; y su inigualable voz aguardentosa, sin ser grosero, era el terror de los niños. Dicen que armando castillos para la construcción de casas, no utilizaba la grifa para retorcer el almabre recocido, le bastaban sus duros y recios dedos. Una tarde de tantas una congestion alcohólica lo mató en una banqueta. Comentaron que se había comido una torta envenenada, pero no, fue su exceso en los mezcales.

Y que decir de Enrique Flores, el famoso güero “Kiki”, siempre caminando descalzo por esas calles porfirianas, falto de razón y del habla. Este entrañable personaje, no era “guero” como decimos aquí en el sur a las personas de color claro; mas bien era blanco español, regordete, de estatura alta, barba tupida y cabello ondulado, pronunciando en forma gutural la a; recuerdo que cuando corría, lo hacia en forma muy chistosa, no era agresivo, y por ello cuando corría, no lo hacia sólo, lo acompañábamos una bola de chamacos desarrapados como él, haciéndole rueda.

Nico “peso”, era chaparrito, moreno como el color de mi tierra, peloncito y con el mal del estrabismo en los ojos, falseaba de un pie, y asi también con su mano tullida, era bueno para desgranar mazorcas, actividad en que lo empleaba Don José Lázaro. En forma peculiar se acercaba a los expendios de madera y a través de una rendija de las costeras decía: “No da chamba”. Al rato ya estaba empleado en mandados menores. Como mixteco que era, muy bravo cuando se enojaba, con su mano buena, levantaba semejantes piedrones y aguas, a correr, porque no respondia; chipote con sangre sea chico o sea grande. El buen Nico murió ahogado en el tanque de su casa.

Vicente “el pelitos”, muy temprano se desantendió de su esposa e hijos, entregándose de lleno a la bebida, moreno claro, lampiño, siempre con su camisa desabrochada hasta el ultimo botón, sus huaraches eran también de llanta, de cuatro correas. Su mirada penetrante era de una persona inteligente. Un mes de abril de 1975 llegó la información de alcohólicos anónimos a Chilpancingo, la junta fue en el Sindicato de la entonces Salubridad, sito en Avenida Juarez y calle Galeana, en el centro de la ciudad. Una madre afligida llevó a su hijo a esa junta pública, esperando que los alcohólicos le hicieran el milagro; y asi su hijo dejara de tomar. Un chamaco precoz pasó vendiendo manzanas por allí y le llamó la atención ver a Vicente, bañado, bien peinado y con sus ropas limpias, escuchando esa información; sentado en la silla que mas estaba pegada a la puerta, por si era necesario salir corriendo. Hubo sándwiches y aguas fresacas a discresion. Mas los A.A., no le hicieron el milagro a Vicente “pelitos”. Este escrito es un modesto homenaje para esos loquitos y borrachos, que nos asombraron y nos hicieron felices en nuestra lejana infancia. Aclarando que lo escribo con respeto, porque Dios le puede hacer perder la razón hasta el mas cuerdo, y nadie esta safo de caer en el infierno del alcoholismo.

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